Si la vida lo es todo, ¿qué sobra después?

No es la primera vez, ni será la última en la que un individuo, como yo misma en este caso, se pregunte por qué estamos aquí. La flojera de reciclar este pensamiento una y otra vez desgasta mi cerebro pero al mismo tiempo lo nutre. Las paradojas invaden mi sentir y quiero escapar. Quiero dejar de pensar en todo porque ya me he cuestionado antes y no he llegado a nada o por lo menos a nada lo suficientemente tangible como para que permanezca en mi memoria.

Me frustro y quiero pausar toda mi vida, es entonces cuando me topo con otro argumento indescifrable, qué hay después de la vida. Quizás es un asunto tan controversial, que a muchos les aburra volver a reflexionar sobre ello y prefieran volver al primer punto, sin embargo para mi es una salida del problema existencial previamente planteado hacia uno por el que aún queda tanto que decir que nada ha podido ser definido.

Schopenhauer fue considerado como un pesimista teórico por responder a la materia mencionada con que tras la vida no había nada, pero quién puede afirmar que sí lo hay, quién tiene pruebas para probarle lo contrario. A lo mejor es una visión pesimista para la mayoría de la gente, pero si lo viéramos desde una lógica Nietzscheana y lo asumiéramos como algo natural y que constituye la vida propia, tal vez no nos agobiaría tanto pensar en que el después no existe, en que todo lo que hay lo has vivido ya para el momento de tu muerte.

Me encantaría decirles que la vida que describe mi religión tras la muerte es cierta y vigente y eterna, desafortunadamente no puedo, es tan solo mi fe anhelando su existencia. Por ahora, lo único que sé con certeza es que no hay nada o por lo menos nada que se pueda probar en esta vida, que al parecer, se lo ha llevado todo.